Tiempos simbióticos. Hacia una antropotécnica climática de la lentitud.
- Diego Pérez Pezoa
- 19 oct 2023
- 11 Min. de lectura
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Diego Pérez Pezoa
A continuación, me gustaría ofrecerles un par de reflexiones sobre una tensión ontológica que afecta la experiencia temporal de los individuos y los grandes grupos humanos en la actualidad: a saber, la tensión entre tiempo profundo y tiempo humano. Podríamos reconocer, de entrada, que esta tensión es la que funda los debates sobre antropoceno; es decir, una tensión entre las edades geológicas y las composiciones generales y estructurales de la geomorfología y la biosfera del planeta, con el despliegue cultural y económico-político de la axiomática tecno-industrial del capitalismo. El antropoceno, en tanto, sería la época, precisamente, caracterizada por este choque, por esta tensión. Pero, al mismo tiempo, es aquella época que señala e interpela la reconfiguración de las actividades humanas en general. Esta tensión submedial convoca las luchas políticas y las reconversiones estéticas que se resisten al hábitat capitalista. Mi intención, por lo demás, es provocar y alterar los fundamentos neoliberales que diseñan las actividades humanas hiperproductivistas actuales, cuya sobredimensión hiperbólica, justamente, nos incita a confeccionar elementos mediales y submediales para generar una antropotécnica climatológica que busca distender esta tensión ontológica, en términos locales. Estos elementos mediales y submediales podemos encontrarlos en el cruce práctico entre filosofía y arte; entre ambas prácticas se distribuye una modalidad temporal que permite la generación de lo que se conocen como “comunidades simbióticas”. De este modo, es necesario que las reflexiones que pretendo ofrecer se desenvuelvan siguiendo un par de definiciones o conceptualizaciones claves tanto para este propósito como para las dilucidaciones mayores que deseamos apreciar sobre antropoceno.
Las reflexiones que existen sobre el tiempo profundo son realmente fascinantes, y nos entregan una definición bien particular: entre una amplia diversidad de definiciones (en autores y autoras como Jussi Parrikka, D. Chakrabarty, C. Malabou, Manuel Arias, entre otros y otras) la que ofrece James Hutton –el precursor de las ciencias geológicas–, en su célebre texto Theory of the earth de 1795, nos acerca a una realidad material de la tierra muchas veces inconcebible para la mente humana: dice Hutton: “estamos seguros de que las costas de los continentes actuales están erosionadas por el mar, y en conjunto se van destruyendo; pero esta operación es tan extremadamente lenta que no podemos encontrar una medida cuantitativa para poder calcularla. Por consiguiente, los actuales continentes de la tierra, que consideramos como si estuvieran en un estado de perfección, necesitarían un tiempo indefinido, [un tiempo profundo,] para destruirse”. Como vemos, el principio de inconmensurabilidad del tiempo profundo ocasiona estragos epistemológicos a quiénes pretenden estudiar o excavar, sumergirse o indagar, en búsqueda del origen del planeta tierra. Hutton finalizaba sus investigaciones respectivas con una famosa sentencia: “El resultado, por tanto, de nuestra investigación actual es que no encontramos huellas de un principio, ni perspectiva de un final”. La época exploratoria, expansionista e industrial que habitaba Hutton, aún no vislumbraba el impacto catastrófico que iba a provocar la combustión descontrolada, el extractivismo de las materias primas globales o las poluciones simbólicas, lumínicas y sonoras de la actividad humana, en el planeta. Es más, por ningún motivo se le habría ocurrido pensar de que, precisamente, en el futuro, podría definirse el final de la tierra (como planeta habitable).

Imagen extraída del libro de James Hutton The theory of earth (1795), que representa una de las primeras imágenes geológicas para el conocimiento científico.
La época de Hutton, a su vez, es la época de las ciencias y de la enciclopedia; es la época dorada de la ilustración, el conocimiento y las certezas sobre la existencia de la naturaleza. Todo ese conocimiento científico permitió que una razón dialéctica, en concordancia con las actividades humanas y sus capacidades y necesidades económicas para abastecerse y equipar de mejor manera la vida biológica y placentera de los seres humanos, colisionara con las propias estructuras y sistemas vivientes evolutivos que forman y deforman el planeta. Este conocimiento posee una temporalidad determinada, lo que W. Benjamin definió como “el tiempo homogéneo-vacío”. Como sabemos, este tiempo es la experiencia temporal que caracteriza al capitalismo y las formas de vidas contemporáneas; una de las mayores diferencias en la historia de la humanidad, es que nuestra época se vive aceleradamente, donde el tiempo de cada individuo, da tumbos y saltos, sin dejar ningún tipo de experiencia concreta, o bien, alguna sabiduría perdurable, algún aroma del tiempo. Es la época, a la vez, de la lucha de clases; el materialismo histórico se posiciona como el eje articulador de las transformaciones epocales humanas, e instala una lógica de la historia donde la tierra es salvaguardada para una mejor distribución de los recursos, y, en conjunto, para ofrecer una materialidad distinta para la vida humana. No obstante, el materialismo histórico no se encuentra diseñado para no colisionar con las estructuras del tiempo profundo. Siguiendo la reflexión de Timothy Morton sobre este punto, el cual dice que “las soluciones comunistas a los problemas de escala ecológica hasta ahora se han parecido mucho a las capitalistas: poner más fertilizantes en el suelo, volverse más eficiente […] el comunismo debe decidir no apropiarse y externalizar a los seres no-humanos […] Desafortunadamente, incluir a los no-humanos en el pensamiento marxista será igualmente desconcertante […] Marx es un filósofo antropocéntrico pero ¿esto es intrínseco a su pensamiento?” (Morton, 2021; 20-21). A propósito de este mismo punto, el pensador japonés Kohei Saito, piensa que el marxismo salvará la época del antropoceno basándonos en una ‘economía decrecentista’, ya que, “es ilusorio creer que el capitalismo en su estado actual de maduración vaya a aceptar sin más un crecimiento bajo o incluso nulo y comience a transitar naturalmente hacia la economía estacionaria. Más bien, lo que cabe esperar en una era de bajo crecimiento es una radicalización del imperialismo ecológico o la deriva al fascismo climático” (Saito, 2022; 115). Ahora bien, esta ‘rehabilitación de Marx’, como eje reflexivo para pensar el antropoceno, implicaría revisar –en otra ocasión, por supuesto– los elemento fundantes del materialismo histórico que, desafortunadamente, colisionan con el tiempo profundo.
Así las cosas hasta aquí, podemos dibujar, de manera más precisa, la tensión mayor que produce el choque entre tiempo profundo y tiempo homogéneo vacío. La única manera de comprender esta tensión, creo, cuyos efectos podemos detectarlo en las inclemencias de nuestros entornos que se ajustan y desajustan con todas sus fuerzas, es de la siguiente manera: el antropoceno es la conciencia posthistórica de una lucha mayor, monstruosa para la experiencia humana, es decir, una lucha para evitar la expropiación de nuestro hábitat planetario en manos del hábitat capitalista. La consagración del sistema-mundo como articulación de redes de intercambio de recursos, conocimientos y materiales, ha permitido crear una esfera de sobrevivencia orientada hacia la monumentalización humana como el centro de las actividades y prácticas de los individuos capaces y productivos. En otras palabras, esta consagración del sistema-mundo como hábitat de la vida actual, significa la incipiente expropiación del globo como tiempo profundo inabarcable. ¿Existe algo así como un interior del capital? El filósofo Peter Sloterdijk, responde a esta pregunta, comentando que “el palacio capitalista del mundo […] no constituye estructura arquitectónica coherente alguna; no es una magnitud semejante a una casa-vivienda, sino una instalación de confort de cualidad semejante a un invernadero o a un rizoma de enclaves pretenciosos y cápsulas acolchadas” (Sloterdijk, 2014; 231). Esta instalación, en tanto, no sería más que la actividad hipostasiada de los elementos de climatización global, cuya escenografía es extraída a partir de la serie de materias primas globales que socavan el gran escenario del mundo. Así, podemos entender que la época del antropoceno es la era de la humanidad donde la misma especie ha entrado en su fase de recreación artificial del hábitat, excluyendo a toda otra forma de lógica viviente. Las naciones venideras, en tanto, serán grandes instalaciones climatizadas para albergar a incalculables grupos de seres humanos, donde sus habitantes producirán materias primas intercambiables en un trueque cósmico con otros humanos.
Sin embargo, el asunto es más desolador aún. Pues, no sólo de acondicionamientos materiales vive el ser humano. También, el fenómeno de la vida se emplaza a partir de acondicionamientos simbólicos, rituales y heterocronías múltiples de lo viviente. Lo que significa que, en toda su amplitud, la vida es un producto antropotécnico que opera sobre elementos inmateriales. Que la vida –o bien, las lógicas vivientes– sean un producto antropotécnico, quiere decir que la vida se ejerce como una nueva mímesis de la naturaleza. Esto no quiere decir que la vida –al devenir obra de arte– regrese a las viejas prácticas de imitación que rigieron a las técnicas artísticas decimonónicas. En cambio, supone que la antropotécnica ejercitante de los individuos se ajusta a la experiencia temporal del tiempo profundo, y así, ralentiza la experiencia de aclimatación estética del capital. Por lo mismo, los grados de horizontalidad y solidaridad deben ampliarse hacia afuera del hábitat climatizado de la humanidad. Es decir, la solidaridad ya no debe ser un fenómeno experimentado sólo entre humanos, sino que debe ser, también, una experiencia no-humana. Esta misma experiencia solidaria tiene la tarea de transfigurar el espacio de lo común entre humanos, logrando alterar los invernaderos sensibles que sólo se concentran en alimentar a los cuerpos productivos y las almas neoliberales. Uno debe aceptar, no obstante, que el sentido de la solidaridad sólo es posible debido a una dimensión egológica que impide a los seres humanos la plenitud de la distribución moral y económica. Pero esa dimensión, a estas alturas narcisista, en lo no-humano no adquiere el sentido unívoco de lo humano-protegido, debido a que las redes de colaboración no-humanas son constitutivas de los sistemas autpoiéticos vivientes. Funciona de igual manera en la geomorfología del planeta, donde las fuerzas cosmológicas y planetarias encuentran su ajuste necesario, sin extraer sus reposiciones de ningún afuera galáctico. La solidaridad entre no-humanos es igualmente un fenómeno de materialización del tiempo inconcebible; el nombre que recibe esta materialización se llama tiempo simbiótico. Y es el tipo de temporalidad que lo humano debe imitar para iniciar la metamorfosis simbiótica de lo real.
El ensayista Timothy Morton, ha descrito lo real simbiótico como “un extraño ‘todo implosivo’ en el que las entidades se relacionan de un modo que no es total ni regular […] la dependencia es el combustible perturbador de lo real simbiótico; esta dependencia siempre tiene un aspecto acechante, de modo tal que un simbionte puede volverse tóxico o extraño en sus relaciones, lo cual explica el modo en que funciona la evolución” (2021, pp. 14). La humanidad, por tanto, en sus ejercitaciones antropotécnicas, debe resolver la desgarradura que ha creado al dividir la esencia de Gaia. La solidaridad con lo no-humano exige un tiempo simbiótico, es decir, un tiempo espacializado que sea improductivo al ejercicio extractivo de la ‘naturaleza’. El holismo utilitario capitalista es explosivo –recalca Morton–, “establece un juego de suma cero entre las formas vivientes que realmente existen y la población” (2021, pp. 181). El tiempo simbiótico es precisamente el modo en que lo humano se relaciona con la temporalidad profunda de Gaia. Es la lectura de las huellas dejadas en la forma de la roca, que se resisten a desaparecer en manos del tiempo del capital. El tiempo simbiótico, por lo mismo, es un irruptor de la conciencia histórica del progreso; la imitación del tiempo lento conlleva rupturas incontrolables en las maneras de aclimatarse que no implican la alteración de lo real simbiótico y sus solidaridades no-humanas. Una filosofía radical, es decir, una manera de pensar no-humana, tendría que seguir la senda de las nuevas erotizaciones con el tiempo simbiótico. Esta reconducción del Eros como mecanismo de acercamiento a lo real simbiótico, generará formas de aclimatación no extractivista: no se extraerán materias primas insolventes ni se extraerán temporalidades profundas ni ancestrales.
El mundo del arte, por su parte, ha experimentado de otra manera las relaciones con lo real simbiótico; no es lo mismo experimentar con animales o vegetales las innovaciones del mundo de la cosmética, que experimentar en la intimidad del tiempo profundo mediante ecocreaciones que se relacionan de manera no-humana con los ecosistemas. El historiador del arte Paul Ardenne, ha dedicado parte de su obra a pensar la relación entre Arte y Antropoceno. La horizontalidad del artista, donde la iniciativa de “trabajar con la naturaleza, sí, pero mejor aún es trabajar con ella, convertirla en una socia activa de la creación” (pp. 182), no sólo implica una transversalidad en la elaboración del arte, sino ahora se entendería como un espacio de colaboración posthumana, llena de elementos ficticios y simbióticos que constituyen una experiencia ecoestética singular. Este arte colaborativo con los ecosistemas diversos recibe el nombre de antropocenarte, es decir, la época del arte donde la ecología plástica se nutre de las temporalidades vegetales, rocosas, imaginarias, poéticas, eróticas, para desterritorializar el ecosistema del arte humano. Una nueva (post)historia del arte comienza a escribirse; ahora, bajo la función ética de ecocrear elementos perdurables o imitables del tiempo profundo, sin invadir ni extraer las medialidades y submedialidades que hicieron posible toda la historia del arte moderno.

Instalación del artista costarricense Emmanuel Zúñiga titulada La pecera, en el MAC de Costa Rica, para el salón de artes visuales, 2021-2022
Para finalizar, me gustaría dejar instalada la duda sobre las formas de agotamiento y cansancio que experimentamos en la actualidad. Al parecer, habitamos la época antropocénica, justamente a través de las formas de cansancio y agotamiento inmanente que a traviesan lo humano y lo no-humano. En otras palabras, hoy en día no existe ninguna diferencia entre el agotamiento de una batería, el agotamiento de un mineral y el agotamiento de los cuerpos. El capitalismo es una forma de aceleración del cansancio y agotamiento de los cuerpos, de los recursos y de las materias primas. O bien, podríamos extender esta lógica de la axiomática capitalista, que ha analogado el agotamiento de los recursos con el cansancio energético de los cuerpos, en como una suerte de ontología del cansancio energético. La energías humanas y no-humanas se encuentran desabastecidas por la extracción descontrolada de la maquinaria capitalista, que busca mantener a flote el palacio de cristal que ha construido la modernidad eurocéntrica.

Toma fotográfica de una manifestación en el norte de Argentina contra la minería del Litio.
En el caso local –por ejemplo– Chile se perfila como uno de los mayores productores de litio hacia el futuro algorítmico, farmacológico y digital de las grande concentraciones de cuerpos humanos. Así, el hábitat digital, por más que algunos quieran creer que se edifica por sobre las huellas de la naturaleza, desmaterializando todo, organizando un mundo de no-cosas, se constituye a partir de un sinfín de mundos microscópicos que desarrollan las materialidades necesarias para la minería y su posterior extracción para la infraestructura digital; por más que los innovadores en psiquiatría deseen desarticular los mecanismos de interpretación de las afecciones psíquicas irreversibles, con un impacto social considerable, su práctica aún se desarrolla sobre la base farmacológica que sopesa químicamente el autocuidado, la experimentación y la autodestrucción (o sea, la adicción); y, por último, por más que algunos crean que las viejas maneras de dañar el mundo y la naturaleza han sido reemplazadas por elemento de sustentabilidad global, con onda hippie y fragancias provenientes del aire de las cosas naturales, estas viejas prácticas culturales han sido elementales en la expansión del tiempo capitalista, ya que pretenden cuidar un hábitat a partir de una imagen de salvación, una imagen curatorial, por lo demás, que se confecciona con arrogancias humanas.

Campos de extracción y refinamiento del Litio en el Norte de Chile.
Es por estos motivos que el caso del litio es una precisa metáfora de los estados de agotamiento que experimentan, de igual manera, el tiempo profundo y el tiempo humano. El tiempo del capital debe ser removido de su posición articuladora entre estas dos experiencias de tiempo, y debemos comenzar a asumir que el tiempo profundo es –sin dejo románticos y sublimes– monstruosamente inabarcable para el pensamiento humano. Donde no queda más que comenzar a experimentar formas de ficción y pensamiento que abandonen las pretensiones humanas de continuar habitando un espacio climatizado artificialmente y un tiempo diseñado para la aceleración de las fuerzas productivas, donde los cuerpos fallecen amnésicos porque su regreso a la tierra, al final de la jornada, será a destiempo.
Referencias.
· Timothy Morton (2021), Humanidad. Solidaridad con los no-humanos, Adriana Hidalgo, Buenos Aires.
· Kohei Saito (2022), El capital en la era del antropoceno, Sinequanon, Random House, España.
· Peter Sloterdijk (2014), En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización, Siruela, Madrid.
· Paul Ardene (2022), Un arte ecológico: creación plástica y antropoceno, Adriana Hidalgo editoria, Buenos Aires.
[1] Conferencia pronunciada en el Seminario Arte y antropoceno. Estéticas del fin del mundo, realizado entre el 5 y 6 de julio del 2023, en el Ágora de la plataforma cultural de la Universidad de Chile, Santiago.
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